John MacArthur
La Escritura no dice nada acerca de un modelo requerido de entierro
ya sea para creyentes o no creyentes. Sin embargo, enterrar el cuerpo
era una práctica común entre israelitas en
el Antiguo Testamento y cristianos en el Nuevo. Había algunas
excepciones: la gente decidió incinerar a Saúl y Jonatán y después
enterrar sus cenizas porque sus cuerpos habían sido mutilados por los
filisteos (1 Samuel 31:8-13). En otra instancia, Acán y su familia
fueron incinerados después de haber sido ejecutados por pecar contra
Israel (Josh.7:25).
Obviamente, cualquier cuerpo enterrado eventualmente se descompondrá
(Ecc. 12:7). Por lo tanto la incineración no es una práctica extraña o
mala – simplemente acelera el proceso natural de oxidación. Un día, el
creyente recibirá un nuevo cuerpo (1 Cor. 15:42-49; 1 Tes. 4:13-18; Job
19:25-26), por lo tanto el estado de lo que queda del viejo cuerpo no
importa.
Las imágenes de la resurrección de Cristo ilustran el entierro y
después la resurrección de entre los muertos (Ro. 6:3-5; 1 Cor. 15:3-4).
Es por eso que muchos cristianos prefieren el entierro a la
incineración, para mantener una semejanza con el entierro de Cristo (a
pesar de que literalmente, Él no fue enterrado sino colocado en una
cueva).
Como cristianos, no tenemos que enfocarnos en cómo desechar nuestros
cuerpos terrenales, sino que necesitamos enfocarnos en que un día
cuerpos nuevos serán creados para nosotros, tal como el glorioso cuerpo
de resurrección de nuestro Señor (vea Fil. 3:21; compare Lucas 24:30-40;
Juan 20:19, 26; 21:1-14; y Hechos 1:1-9 para tener una idea de qué
anhelar). ¡Esa transformación será eterna!
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